A medida que las sociedades fueron progresando y se hicieron más desarrolladas se volvieron más exigentes demandando medidas de protección en los edificios en los que vivían o trabajaban, exigencias relativas a la seguridad, o al comportamiento ante el fuego de los materiales.
Una vez cubiertas sus demandas de protección, en las sociedades más desarrolladas aparecieron las exigencias de confort y se dio paso al nacimiento de los sistemas de confort térmico o acústico.
Después cuando el consumo de energía pasó a ser un problema, el aislamiento térmico adquirió además la función de contribuir al ahorro energético.
En este contexto aparecieron en Suecia en 1940 los SATE y en los años 50 se fueron extendiendo a Alemania y Suiza, fueron principalmente los países centroeuropeos los que teniendo un parque inmobiliario más envejecido y más escasez de suelo en el interior de las ciudades, necesitaron de la rehabilitación y optaron por este sistema por ser idóneo para adaptarse a edificios ya construidos.
En los países latinos, al menos los del sur, la entrada fue más tardía debido por un lado a que la preocupación estaba más en la ventilación para protegerse del calor que en el aislamiento y por otro a que hasta hace relativamente pocos años no se dedicaban muchos esfuerzos a la rehabilitación de los edificios.
Actualmente, que hablamos en términos de sostenibilidad, los aislamientos térmicos juegan un papel cada vez más destacado en la disminución de emisiones de CO2; además el ahorro económico que supone adecuar las fachadas a las exigencias de la “envolvente térmica” es del orden del 20%.