En primer lugar habría que distinguir dos ámbitos de obras en los que se puede llegar a alguna confusión conceptual: la restauración y la rehabilitación. Las obras relativas a la conservación de edificios históricos en los que se recuperan sus condiciones originales son las que consideraremos como obras de restauración. En cambio, consideraremos como rehabilitación, las obras en edificios en los que se pretende una renovación y puesta al día de sistemas constructivos por encontrarse ya fuera de los estándares de calidad y confort del momento. Esta distinción es importante porque delimita claramente un campo de aplicación en la que el uso del monocapa está perfectamente justificado –la rehabilitación- respecto de otro en el que, en principio, su uso es más discutible. El monocapa es una tecnología nueva, con un aspecto propio, distinto del que se da en edificios antiguos con revestimientos que también son de tipo continuo. No entraremos en ello, pero existe a nivel internacional un intenso debate sobre el modo de tratar la restauración de edificios.
En el campo de la rehabilitación, el monocapa tiene un papel indiscutible siempre que se cumplan las condiciones de compatibilidad con el soporte, y los acabados sean apropiados desde un punto de vista estético. Este último aspecto queda siempre a criterio del proyectista. Las condiciones de compatibilidad entre el monocapa y el soporte, así como su estado de conservación, son el factor principal y se comentan en apartados posteriores. En cualquier caso hay que tener muy en cuenta que la renovación de un revestimiento continuo antiguo por un monocapa, conlleva la adopción de soluciones constructivas y de ejecución distintas, incluso puede motivar algún cambio en el diseño de la fachada. Estos cambios pueden ser aún mayores cuando se toma la decisión de cambiar el revestimiento original de la fachada – alicatado, aplacado, fábrica vista - por un monocapa. A nivel general se deberán respetar las condiciones establecidas en el apartado 2.1.